La Oroya, ahogada en la contaminación durante 86 años, es considerada como la sexta ciudad más contaminada del mundo y la primera en Latinoamérica. Diariamente la chimenea de DRP expulsa 1.670.000 toneladas de contaminación y los más afectados son los niños.
En las alturas de uno de los cerros blancuzcos por la polución de La Oroya – Perú, viven el panadero Guillermo Barreto, su esposa e hijos. Para llegar a su casa, deben subir decenas de gradas, dispuestas en angostos callejones que dan forma a la enmarañada urbe. Las veredas y peldaños son de cemento, un lujo indispensable para facilitar la limpieza del contaminado material particulado que envuelve a la ciudad.
En febrero pasado, dos de sus hijos tenían altos niveles de plomo en la sangre: 50 y 70 microgramos por decilitro (ug/dl). Según la Organización Mundial de la Salud, los niveles máximos permisibles de plomo en el cuerpo humano deben ser de 5 ug/dl máximo. “Yo no dependo de la empresa, porque por suerte me defiendo solo con la panadería”, dice Guillermo. Él es uno de los pocos pobladores que tiene la ventaja de tener su propio negocio. Muchos tienen la esperanza de salir de La Oroya, pero no tienen los recursos, ni quieren dejar su tierra.
La ciudad es desde 1922 sede de la centro metalúrgico más importante del Perú. Trata concentrados polimetálicos de cobre, zinc, plomo, arsénico, oro ente otros. Brinda bonanza a sus dueños, en menor parte al Perú y los pobladores de La Oroya aún siguen esperando los beneficios. Hasta ahora sólo han conseguido graves problemas ambientales y de salud a los oroínos. seguir leyendo
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